Wednesday, June 13, 2007

"La dictadura no sólo dejó muerte"

“La dictadura no sólo dejó muerte”
Hay sucesos que quedan en la mente, traumas con las que vivimos y tratamos de sobrevivir. Hay gente que tiene duras peleas, vive algún accidente o da muerte a alguien. Procesos que, de alguna u otra forma, no estamos ajenos. Sin embargo, creo que lo peor es dar muerte a alguien o ser complice de ello.
Corría el año 1973, un duro año para Chile y para el Gobierno Popular que veía como de poco decaía su gestión. La gente estaba desesperada, muchos no tenían qué comer y hacían largas filas para conseguir alimento, que por medio de un vale compra podía ser adquirido. El dinero casi no existia y la nación entraba en una fuerte crisis económica. El Jefe del Ejercito creía tener la solución, Augusto Pinochet Ugarte creía que el amor a la patria podría traer un auge en el país. Es así como Pinochet una mañana del 11 de septiembre se tomo el país, la moneda y toda una ciudadanía que no esperaba los atroces sucesos que ocurrirían. Todo parecía comenzar de buena forma, se creía que esta dictadura sería momentánea y traería orden y seguridad a la nación chilena, que tanto lo necesitaba.
Pero de pronto, las buenas intenciones quedaron de lado y, tal como una película de Hitller, Pinochet junto a sus militares vistió las calles chilenas de armas, violencia, asesinatos y muertes. Se hablaba de una dictadura, Pinochet lo afirmaría como una “dicta blanda”. Razones le sobraron para llevar a cabo su maligno plan y de a poco los atrincherados comunistas y socialistas, tuvieron que salir de su casa e irse con lo puesto.
Siempre escuchamos la misma historia: “los pobres comunistas en las garras corruptas de la derecha”, “expropiados de sus bienes, arrancaron anhelando la libertad”. Pero, ¿qué pasa con el otro lado?, aquellos que no eran comunistas, ni partidarios de la Unidad Popular, aquellos que en ese tiempo realizaron el servicio militar. Aquellos jóvenes que entregaron su vida a la nación y no podían evitarlo ya que estaban frente a la espada y a la pared. No querían morir, ni ver sufrir a sus familias, querían que prontamente esto se acabara. Fueron jóvenes que borraron sus principios, escucharon al coronel, tomaron sus armas y comenzaron a disparar.
Nibaldo Lapierre,que en ese tiempo era un jóven de 25 años, fue llamado al servicio militar y obligado tuvo que asistir. Las cosas comenzaron a cambiar cuando entró. Lo destinaron a Punta Arenas, lejos de su familia y vida, lejos de todo. Allí el invierno era más crudo, las noches que le tocaba hacer guardia las pasaba fumando nerviosamente junto a su compañero, que muchas veces se quedaba dormido. En medio de la soledad, pensaba en su familia y en los que había dejado; pensaba en sobrevivir. Los militares jugaban con su corazón y cada día lo enfriaban aún más, con la disposición de que cualquier ruido y movimiento que sintiera, tendría que agarrar su armamento y disparar. ¡Cuántas veces pasaron la noche riendo!… pero cuando el amigo se quedaba dormido, sus labios comenzaban a tiritar, pensaba en Dios y el castigo de estar “en guerra” momentánea entre dar muerte o perseguir la vida. Estaba atrapado y no tenía qué hacer.
¿Qué hacías cuando sentías un ruido?
Sólo disparaba, esas eran las ordenes de “arriba”. Si dejaba que algo resultara como ellos no lo quisieran, me castigaban, me violentaban y me ofendían a garabato limpio.
¿Es cierto que estuviste vigilando al Ministro del Interior del gobierno de Allende, José Tohá?
Sí, en el Hospital de Punta Arenas. Las ordenes eran que debía tenerlo a oscuras. Pero cuando fui a apagar la luz, me conmovió su tranquilidad al verlo leyendo un libro, no recuerdo cuál, pero se veía interesado en la lectura y me dio pena apagarla. Claro que al otro día me lleve un gran reto del coronel, además de agresiones, ya que debía seguir tal cual las ordenes que él me enviaba. Desde ese día, cuando escuchaba un ruido, sólo disparaba. Nunca supe si maté a alguien, prefería pensar que eran gatos, perros, ratones o qué sé yo.
Los días transcurrían y Nibaldo debía seguir vigilando la cárcel de José Tohá. Hasta que lo trasladaron al Hospital Militar de Santiago, ya que tenía principios de desnutrición. Hasta que se enteró de la muerte del ministro y del posible suicidio que había cometido. En ese momento su corazón se estremeció y aquella batalla que dio el ministro Tohá frente a sus ojos, parecía derrotarlo. Sentía culpa de un crimen que no había cometido, sentía remordimiento por no abrirle la puerta y dejarlo que buscara su propia libertad. Pero, ¿qué iba a ser de él cuando el coronel se enterara?, sólo esperaba llegar a la casa sano y salvo, había mucho por vivir… ¿Cómo puedes continuar la vida si sabes que pudiste salvar a alguien pero el miedo no te dejó?, preferió vivir, quedarse en el mundo para poder tener hijos y una mujer.
Labios que jamás quisieron contar lo vivido, hoy se abrieron y cerraron la etapa más cruda de la vida de Nibaldo. La etapa que ni píldoras, ni sicólogos han dado por terminada, pero prefiere vivir su vida, recordando siempre que “la dictadura no sólo dejó muerte, si no que también traumas”, que eso quede claro.
Lolach

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